6 de noviembre de 2011

Dulzura


Ni siquiera he terminado de desnudarlo y ya me está dando explicaciones: -Estoy más gordito, soy muy peludo-. ¡Qué absurdo!, soy yo la que está pasada y él se siente avergonzado de su cuerpo.


Pienso que tal vez su novia lo descalifica y por eso prefiere pasar la noche conmigo y no con ella un día de San Valentín. Llevaba un año completo seduciéndome por chat sin concretar el encuentro; solo en ese momento se atrevió a invitarme a su casa en el sur, con árboles frutales, riachuelos y exóticos animales. 


No entiendo cómo un hombre tan coqueto puede ser tan tímido.

Me reclino hacia atrás intentando no invadirlo; le hablo de la hermosura de su cuerpo y lo sensual de sus vellos. Bebemos cerveza, conversamos de nuestras desventuras amorosas previas y luego de relajarnos comenzamos a tener sexo. 


Como soltera sempiterna he perdido la costumbre de hacer el amor con alguien que conozco bien y que sabe tanto de mí. Con él no me sirve jugar a la experta en las artes amatorias; me ha desnudado su corazón y al hacerlo, sin querer queriendo, ha desnudado el mío. 


Lo envuelvo con dulzura como si pudiera mermar sus cicatrices y reconstruir todo el tejido de su piel con sólo un roce de mis manos; el responde con suavidad y fortaleza, colmándome de caricias. Es como si quisiésemos recoger un cariño que se nos adeuda de décadas inmemoriales. Conseguimos parte de ello en algo que no siempre se da en un primer encuentro: un maravilloso orgasmo simultáneo. 

Desvergonzada Karen

No hay comentarios: