24 de abril de 2011

Vampirismo


Un lunes me llama Alex, que trabaja en Bellavista para invitarme a tomar unas cervezas en un bar del barrio:   "Jaime quiere que vengas”-me dice-. ¡Qué tentación!… Jaime era mesero en el bar, un hombre de musculatura perfecta ilustradora de vigor.

Imposible dejar de mirarlo fija y ardorosamente, desnudándolo una y otra vez con sólo un roce de nuestras miradas. Era un seductor, un conquistador. Ser la bestia atrapada por el cazador me parecía irresistible.... la esposa del sujeto en cuestión tenía 8 meses de embarazo en ese momento. Yo no le conocía, y decidí hacer como si no existiera. Con algún miedo a las leyes del karma, pero también sabiendo que el hombre era un infiel compulsivo y que por tanto yo no estaba ni corrompiéndolo ni destruyendo un hogar ni nada que se le pareciera, dejé las culpas fuera.

Llegué al local con una amiga. Nos sentamos, bebimos, conversamos, reímos, ya estaba  todo dicho… el guerrero no podía dejar de responder a la provocación de la osada dama. Dieron las 3 de la mañana, el local cerró y acabamos bebiendo en el departamento de mi amiga, hasta que ella y Alex se fueron a acostar…

Me arremetió con violencia, se lanzó a besarme y morderme los labios, mientras ponía su mano en mi entrepierna que estaba empapada y pedía a gritos que él estuviese dentro. En su deseo desesperado se bajó pantalones y calzoncillos, quedando con la chaqueta y camisa aún bien puestas en su hermoso cuerpo, me puso de rodillas y llevó mi cabeza hacia su pene. Comencé a chuparlo cual si fuese un caramelo suave y delicioso, con la intención de llevar al hombre a la locura…de pronto…obnubilada, lo quise desnudo. Me puse de pie con vehemencia, y bajé enérgicamente el cierre de su chaqueta.

¡Horror!

Ahí todo se echó a perder, observé en su rostro una mueca de dolor, pero como buen macho no emitió sonido alguno. Cuando  observé  su pene descubrí que… ¡había sangre!... mi primer impulso fue chuparle la herida, para sanarla y con la fantasía de que así podía evitar que él se diera cuenta que estaba sangrando. Por supuesto, olvidé todas las campañas de prevención de VIH y otras enfermedades de trasmisión sexual.
 Él también quiso jugar a que nada había sucedido, le pasé un condón y me penetró con toda facilidad. No pasan ni cinco minutos y dice –“no puedo, me duele”- , -“¿qué pasó?”- dije yo. -“Me lo rajaste”.-

La vergüenza me envuelve hasta la sinrazón, anhelo a gritos no estar ahí, me cubro con la sábana hasta el pelo,  no puedo  mirarlo, trato de darle explicaciones –“perdón, jamás me había pasado, lo siento, no me di cuenta, no lo puedo creer”-. Jaime se tiene que ir, es tarde y lo espera su mujer embarazada en casa: -“¿Qué le vas a decir?”-se me ocurre preguntar,  -“Que me pasé a llevar con el cierre”-dice.
Jaime está sangrando y es mi culpa. Se va a curar al baño y luego se marcha, yo quedo envuelta de vergüenza y fracaso…hasta que de pronto me doy cuenta de lo absurdo de la situación y empiezo a reír a carcajadas -¡Qué buena historia!- Sentí que tenía la responsabilidad de compartir lo que había ocurrido para hacer reír a otros.

Al día siguiente le comenté a mi amigo Alex lo que había ocurrido, aún muy avergonzada y rogando confidencialidad, -“le voy a decir que eres del opus dei y que lo estabas castigando por sus pecados”-fue su respuesta.

He vuelto al bar, y cada vez que con Jaime cruzamos miradas nos reímos en una secreta complicidad frente a lo que no pudo ser y a algo que fue, y que inevitablemente para ambos, será el peor chascarro de cama que podamos narrar.

Desvergonzada Karen

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