11 de junio de 2011

White Rabbit



El capó se llena de vapor frente a mi nariz y mi boca siguiendo tus movimientos. Mi palestina, antes al alcance de mi mano, se desliza hacia el suelo como pulpo sinuoso en el fondo del mar. Me sujetas de las caderas tirando cada vez con tus dedos de árbol, golpeando con fuerza tu centro en mis nalgas, penetrando entre ellas con avidez. A veces, te curvas sobre mi y pones tu mano sobre la mía en un enredo de dedos.


Me encanta. Me puedo enamorar. Tengo miedo y risa por eso y por que, al fin y el cabo, estamos en un estacionamiento de camiones. Son las 5 de la mañana, debería haber una ronda; reímos ante la idea de un guardia sorprendido frente a este atávico menester.  Las puntas de tus dedos se entierran a los costados de mis caderas, calentándome más allá de descripción cualquiera, a veces a largando esas manos tuyas hasta mis pezones y haciéndome gritar.


En medio del ominoso placer, dije un nombre. No uno cualquiera…y no el tuyo. Sino el de aquel que por años me tuvo y le tuve. Ya no le amo; sin embargo mi boca estúpida articuló su nombre, rápido y acezante; una sola sílaba. Y ese sonido abrupto desató tu ira, lo truncó todo dejando bosques muertos y tormentas. 


Como explicarte, que pánico decirte que querría que fueras lo que él fue en mi vida. Pero soy el conejo blanco: ya es tarde… Debo encontrarme con la reina.

Desvergonzada Isabel

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