14 de abril de 2012

Daria y el Emperador

La fiesta era de disfraces y yo fui de Daría, una adolescente ñoña y depresiva que detesta el consumismo y la superficialidad. Llevaba una falda hasta debajo de la rodilla, bototos, un chaleco largo y suelto, peinado hacia el lado y unos anteojos grandes con unos gruesos marcos cuadrados de color oscuro. Mi atuendo no era precisamente sexy.


“Me llamo Carlos, como Carlos V el emperador”- dijo mientras esbozaba su sonrisa de Walt Disney sobre su piel canela bronceada de chico caribeño. Me pareció despampanantemente guapo.

 En ese entonces yo tenía 20 años y muy poca experiencia, consideraba que andar preocupada de los hombres era algo de gente poco profunda dominada por la publicidad. Carlos me llevaría unos diez años. Una intelectual grave como yo jamás hubiese imaginado que él podría fijarse en mí.


Mi vaso de ponche se acababa. "En la cocina hay más"- me dijo, invitándome a seguirlo.
Un impulso de golosa curiosa me hizo abrir el refrigerador y descubrir que había helado Haggen Dass de frambuesa frente a lo que no pude evitar exclamar -"¡Qué rico!"-. Acto seguido el Emperador cogió una cuchara y llevándose una bola de helado a la boca se aprontó a besarme. Sentía que estaba en una película, o en un comercial,  no podía creerlo.

Minutos más tarde estábamos en el patio besándonos y tocándonos tras unos matorrales, Carlos V se aprontó a recorrer mi cuerpo entero con sus manos, introduciendo sus dedos primero bajo mi falda, y luego dentro de mí con una habilidad increíble… yo no daba más de placer. En eso se escucha la voz de una mujer  – "¡Mi hermana!"- exclama, se va corriendo y me deja sola. Yo no tenía idea qué era lo que tenía que esconder de la hermana, posiblemente tendría novia o esposa…  me reincorporé en la fiesta como si nada hubiese pasado.

Pasó como una hora cuando volvió a dirigir su atención hacia mí. Me cogió para bailar merengue, me daba vergüenza bailar porque yo era tiesa e inhábil y Carlos llevaba el ritmo en la sangre. Sin embargo, hice mi mejor esfuerzo. 

No sé cómo fue que aparecimos en un cuarto, al entrar Carlos puso pestillo apagó la luz se abalanzó sobre mí y me tiró al suelo. Llevaba yo aún puesta la falda, el chaleco, los anteojos y las botas, cuando me quitó mis calzones de encaje, con tanta fuerza bruta que se rajaron completamente.
Yo no estaba acostumbrada a esta bestialidad... se me bloqueó la calentura y me vino el pánico, mi cuerpo se puso duro como roca.
Carlos seguía tocándome pero yo no respondía, él se dio cuenta  y me preguntó si pasaba algo, le dije que quería irme a mi casa. Me dijo que lo disculpara si me había hecho sentir mal.
Así fue como me fui a mi casa asustada casi corriendo y sin calzones.

Era un animal y estaba riquísimo... Qué lástima no habérmelo encontrado unos añitos después.

  


Avergonzada Carla

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