Contradicción hipnótica

No he llegado a entender aún cómo sucede aquello. Estoy convencida de que las mujeres debemos tener los mismos derechos y oportunidades que los hombres y defiendo la despenalización del aborto, la igualdad de salarios, la inclusión de mujeres en los cargos de poder, y sobre todo la eliminación de la violencia hacia las mujeres en todas sus formas.

Sin embargo cuando viene aquí ese hombre de metro ochenta y algo, con un cuerpo atlético y la musculatura perfectamente delineada, con una fuerza increíble para elevarme, y con rasgos angulosos en el rostro, yo sólo al verlo me siento desfallecer.

Luego mi Adonis hace conmigo lo que le place, cual si fuese una geisha o una puta. Primero en el rincón de la cocina frota sus genitales contra los míos cuando aún estamos con ropa, nos friccionamos con las rodillas reclinadas en un movimiento que imita el coito mientras él muerde mis pechos y mis pezones. Después me lanza sobre el sillón, me quita la ropa, y mientras yo me hago un ovillo, él roza sus genitales contra mis nalgas y me da palmadas cada vez más fuertes, yo me dejo, siento la irrigación sanguínea cada vez más potente con el contacto de sus enormes manos, y me siento inundar de placer, mi voluntad se anula frente a esta sobredosis hormonal que me deja en un estado casi hipnótico en el cual Adonis tiene el poder absoluto. Chupo su miembro mirándolo fijo mientras lamo cada trozo de ese pene fascinante sintiendo sus repliegues, trago los fluidos que emana, los succiono, y él enloquece. Después me lleva al cuarto y me pone en todas las posiciones que desea frotándose contra mí, su enorme y fornido cuerpo me aplasta, con mi cara contra la almohada ni siquiera puedo verlo apenas respiro mientras él entra en mí, se retira, me golpea, me muerde, me inmoviliza, como si yo fuese una gata y él un lobo. Finalmente me penetra por el ano y me abre completamente llevándome a la locura.

A la mañana siguiente le preparo el desayuno y él me dice que debe marcharse yo le insisto en que no se vaya y bromeo con amarrarlo: - me zafo- dice él y luego agrega -tú eres tan dócil que no hay para qué amarrarte-.

Se va y sé que no volverá en dos o tres meses más, así está planteada nuestra relación.  Sé muy poco de él, él sabe muy poco de mí, pero en la cama me conoce más que nadie.

Quedo reflexionando sobre mis deseos, sobre mi conducta, esta abnegación por un hombre grande, fuerte y atlético, este entregarse por entera y estar dispuesta a realizar todas sus fantasías ¿estará el machismo anclado filogenéticamente en mi memoria de hembra? ¿Será un aprendizaje cultural tan arraigado que no es posible modificarlo? ¿Habrá una real contradicción en esta docilidad en la cama y el discurso feminista? ¿Ser buena amante tendrá que ver con esa docilidad? ¿Con ese dar todo sin exigir nada y estar disponible siempre y más encima gozar como chancha? ¿Será una reproducción del machismo en su expresión más pura? ¿Por qué necesito sentir aquello cada cierto tiempo para reafirmarme como mujer? ¿Por qué cuando me acuesto con un hombre tímido, inseguro, que requiere de mucha guía para leer mis sensaciones, que no tiene un cuerpo fuerte, que no se atreve a infligir ni un poquito de dolor en mi cuerpo, siento que sus habilidades amatorias son precarias?