12 de agosto de 2012

Güagüa


Me sentía una diosa bailando tinku y saya en una verdadera fiesta atacameña en San Pedro de Atacama, de pura suerte nos dejaron entrar pues éramos los únicos no indígenas en el baile.


De prendida exageré el coqueteo con este chico altísimo y guapo que acababa de conocer y terminamos el baile en su casa, que en realidad era una pieza, y entramos en su cama, que en realidad era un colchón.  Lo que vi al lado de la cama no me gustó nada… Una bolsa llena de falopa: "¡Oh! estaba terrible de duro”- me comenta. La verdad es que de cocaína sabía yo muy poco, y ni siquiera noté su estado alterado de consciencia.
El tipo que era al menos diez años mayor que yo, me mostró fotos de su hijo, y me comentó muy afectado que no lo veía hace años y que estaba en Copiapó. Acto seguido comenzó un reproche moralista: “¿sabes quién soy? ¿sabes mi nombre? ¿cómo te vienes así no más conmigo?... Y las caras de caliente que me ponías bailando”…
Luego vino el sexo…  el tipo era tan bruto para penetrarme que yo lo rechazaba y costó un mundo que entrara en mí,  se quejaba: “pero si tú chocha está hecha para eso, cómo no te va a entrar”. Cuando al fin lo logró le vino un inesperado arrebato de ternura: “güagüita te quiero mucho, güagüita” me decía mientras ambos movíamos las caderas. Lamentablemente estaba tan jalado que no logró eyacular nunca.
Apenas salió el sol me fui media asustada y confundida, decidida a ignorarlo si volvía a verlo en el pueblo.

 Avergonzada Carla

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