Me sentía
una diosa bailando tinku y saya en una verdadera fiesta atacameña en San Pedro
de Atacama, de pura suerte nos dejaron entrar pues éramos los únicos no
indígenas en el baile.
De prendida
exageré el coqueteo con este chico altísimo y guapo que acababa de conocer y terminamos
el baile en su casa, que en realidad era una pieza, y entramos en su cama, que
en realidad era un colchón. Lo que vi al
lado de la cama no me gustó nada… Una bolsa llena de falopa: "¡Oh! estaba terrible
de duro”- me comenta. La verdad es que de cocaína sabía yo muy poco, y ni
siquiera noté su estado alterado de consciencia.
El tipo que
era al menos diez años mayor que yo, me mostró fotos de su hijo, y me comentó muy
afectado que no lo veía hace años y que estaba en Copiapó. Acto seguido comenzó
un reproche moralista: “¿sabes quién soy? ¿sabes mi nombre? ¿cómo te vienes
así no más conmigo?... Y las caras de caliente que me ponías bailando”…
Luego vino
el sexo… el tipo era tan bruto para
penetrarme que yo lo rechazaba y costó un mundo que entrara en mí, se quejaba: “pero si tú chocha está hecha para
eso, cómo no te va a entrar”. Cuando al fin lo logró le vino un inesperado
arrebato de ternura: “güagüita te quiero mucho, güagüita” me decía mientras
ambos movíamos las caderas. Lamentablemente estaba tan jalado que no logró
eyacular nunca.
Apenas
salió el sol me fui media asustada y confundida, decidida a ignorarlo si volvía
a verlo en el pueblo.
Avergonzada Carla
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